Sin duda alguna que lo que va más allá de lo convencional, lo científicamente validado, está teniendo más aceptación en el mundo moderno. Las personas están comprendiendo que hay mucho más de lo que se puede ver, de lo que se puede medir, de lo que se puede tocar o cuantificar. Es todo un mundo el que hay más allá. ¿O un universo? Las preguntas que nos hacemos siempre van buscando respuesta, que es lo que necesitamos como seres humanos, y cuando estas son precarias se busca más a fondo. Las personas sabemos, y solamente basta a veces una pequeña señal para que se despierte y aflore ese conocimiento, sin esfuerzo, sin sacrificios, sin siquiera pretender hacerlo. Solamente funciona así. Se producen las tomas de conciencia, o insights, como les gusta llamarlos a algunos. De ambas formas vale la definición del fenómeno. Hoy hay muchas terapias de las llamadas alternativas que son utilizadas por las gentes para ayudarles a sobrellevar sus enfermedades y malestares particulares. Y muchos son los éxitos, que se mantienen y difunden silentes para no despertar a los ogros del miedo que se visten de científicos y catalogan a lo que no entienden ni pueden percibir como supersticiones u otros adjetivos algo más odiosos.
La salud es un estado de equilibrio natural del ser humano. Cuando ella se pierde se alcanza un nuevo equilibrio, en que se manifiesta entonces algún desequilibrio más profundo en nuestras vidas. Y es ahí donde se necesita la ayuda. La enfermedad es odiada como lo que más en la tierra. Esta tiene la particularidad que cuando aparece, por pequeño que sea el síntoma, nos hace sentir derrotados, inservibles, miserables. Y ocurre que lo primero que viene a la mente al hacer la aparición la enfermedad son los costos asociados a ella de acuerdo a su intensidad, y a la dependencia que ella producirá. Dependencia de algún ser querido, las más de las veces. La enfermedad despierta muchas veces lo más temido en el hombre. Y hoy escucho muchas veces a las personas decir que lo único que no quieren es depender de otras, menos de los parientes, y la enfermedad los hace depender de ellos.
La enfermedad nos hace sinceros y no hace otra cosa que ayudarnos a sanar. Muchas veces no es más que un medio para que se produzcan situaciones que requieren ser sanadas, que necesitan ser equilibradas. Es común que ante la aparición de enfermedades desafiantes se producen nuevos equilibrios familiares, y deben destinarse recursos monetarios y afectivos hacia el o la afectada. Y a lo mejor eso es lo que se necesita para sanar. Tanto los enfermos como los aparentemente sanos.
Los seres humanos somos seres emocionales y no racionales. Lo que nos guía siempre es la emoción y no la razón como hemos querido creer a quienes nos lo dijeron. Obedecemos a las emociones, nos movemos por las emociones y no por la razón. Siempre detrás de la razón hay una emoción que la gatilla. No estoy hablando de que el comportamiento aceptado deba ser emocional solamente. No, solamente digo que somos seres emocionales y no racionales. Lo que pasa es que hemos aprendido con el avance de la civilización, la vida en comunidad y el respeto por el otro expresado en los buenos modales a dominar las emociones. Este dominio de las emociones está íntimamente ligado a la educación e instrucción.
La emoción es inherente al ser humano. Y nuestro cuerpo siempre la expresa. Y por lo general esa emoción no se puede dominar. Nos ponemos pálidos de miedo, o nos orinamos. O no atinamos a cerrar la boca cuando nos sorprendemos por algo, como cuando miramos un nuevo alto edificio hacia arriba. A veces nuestros ojos brillan de alegría. O se humedecen con la pena. O se nos llena la boca de saliva con el dolor. O nos tapamos los ojos y la cara ante imágenes descarnadas. O nos agarramos la cabeza atenazados por el dolor y la pena. Se nos pone la piel de gallina cuando vemos escenas de terror en el cine.
En lo que concierne a la enfermedad el lenguaje popular siempre ha reflejado la importancia de las emociones. Frases como “me duele el estómago de sólo pensarlo”; “se me parte el corazón verlo así”; son claros ejemplos de ello.
Hay golpes emocionales que desencadenan episodios de enfermedades. Como ejemplos, la muerte de un familiar. Mientras más cercano mayor la intensidad. Las separaciones y divorcios. Término de relaciones amorosas. Los exilios o extrañamientos. Pérdida de empleos o propiedades. Traslados no deseados a otra ciudad o a otro país. Pérdidas económicas importantes. Y muchos otros más que pueden engrosar la lista. Estos episodios desencadenan emociones negativas como la pena, el miedo, la rabia, el odio, la frustración, por ejemplo, que actuarán a través de un órgano para expresarse entonces como una enfermedad.
Hoy las terapias no convencionales están ayudando a los seres humanos a sanar. Muchas de ellas actúan a nivel emocional, y consistentemente ayudan al paciente. El que quiere sanar necesita poner de su parte la voluntad para trabajar entonces las emociones subyacentes, reconociéndolas, para entonces ir logrando nuevos equilibrios, que le sean beneficiosos. Conozco personalmente el caso de un hospital que utiliza las flores de Bach, la acupuntura y el reiki para ayudar a los tratamientos de los pacientes. Comenzó con un nombre adecuado para poder operar en un ambiente tradicional, “Unidad de tratamiento del dolor”, y poco a poco se ha ido ganando un espacio como soporte y ayuda a las gentes que asisten a ella.
La simple terapia sin embargo muchas veces no basta y se hace necesario un trabajo de desarrollo personal, que nos conduzca por la senda del cambio positivo, y ese trabajo requiere de valentía y de voluntad. Valentía para asumir, aceptar y hacer los cambios necesarios para sanar, que muchas veces significan profundos cambios en el círculo afectivo más cercano, y voluntad para no desmayar, sabiendo que al final del túnel estará la luz de la sanación.
Que Dios nos bendiga.