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Archive for septiembre 2008

Sin duda alguna que lo que va más allá de lo convencional, lo científicamente validado, está teniendo más aceptación en el mundo moderno. Las personas están comprendiendo que hay mucho más de lo que se puede ver, de lo que se puede medir, de lo que se puede tocar o cuantificar. Es todo un mundo el que hay más allá. ¿O un universo? Las preguntas que nos hacemos siempre van buscando respuesta, que es lo que necesitamos como seres humanos, y cuando estas son precarias se busca más a fondo. Las personas sabemos, y solamente basta a veces una pequeña señal para que se despierte y aflore ese conocimiento, sin esfuerzo, sin sacrificios, sin siquiera pretender hacerlo. Solamente funciona así. Se producen las tomas de conciencia, o insights, como les gusta llamarlos a algunos. De ambas formas vale la definición del fenómeno. Hoy hay muchas terapias de las llamadas alternativas que son utilizadas por las gentes para ayudarles a sobrellevar sus enfermedades y malestares particulares. Y muchos son los éxitos, que se mantienen y difunden silentes para no despertar a los ogros del miedo que se visten de científicos y catalogan a lo que no entienden ni pueden percibir como supersticiones u otros adjetivos algo más odiosos.

La salud es un estado de equilibrio natural del ser humano. Cuando ella se pierde se alcanza un nuevo equilibrio, en que se manifiesta entonces algún desequilibrio más profundo en nuestras vidas. Y es ahí donde se necesita la ayuda. La enfermedad es odiada como lo que más en la tierra. Esta tiene la particularidad que cuando aparece, por pequeño que sea el síntoma, nos hace sentir derrotados, inservibles, miserables. Y ocurre que lo primero que viene a la mente al hacer la aparición la enfermedad son los costos asociados a ella de acuerdo a su intensidad, y a la dependencia que ella producirá. Dependencia de algún ser querido, las más de las veces. La enfermedad despierta muchas veces lo más temido en el hombre. Y hoy escucho muchas veces a las personas decir que lo único que no quieren es depender de otras, menos de los parientes, y la enfermedad los hace depender de ellos.

La enfermedad nos hace sinceros y no hace otra cosa que ayudarnos a sanar. Muchas veces no es más que un medio para que se produzcan situaciones que requieren ser sanadas, que necesitan ser equilibradas. Es común que ante la aparición de enfermedades desafiantes se producen nuevos equilibrios familiares, y deben destinarse recursos monetarios y afectivos hacia el o la afectada. Y a lo mejor eso es lo que se necesita para sanar. Tanto los enfermos como los aparentemente sanos.

Los seres humanos somos seres emocionales y no racionales. Lo que nos guía siempre es la emoción y no la razón como hemos querido creer a quienes nos lo dijeron. Obedecemos a las emociones, nos movemos por las emociones y no por la razón. Siempre detrás de la razón hay una emoción que la gatilla. No estoy hablando de que el comportamiento aceptado deba ser emocional solamente. No, solamente digo que somos seres emocionales y no racionales. Lo que pasa es que hemos aprendido con el avance de la civilización, la vida en comunidad y el respeto por el otro expresado en los buenos modales a dominar las emociones. Este dominio de las emociones está íntimamente ligado a la educación e instrucción.

La emoción es inherente al ser humano. Y nuestro cuerpo siempre la expresa. Y por lo general esa emoción no se puede dominar. Nos ponemos pálidos de miedo,  o nos orinamos. O no atinamos a cerrar la boca cuando nos sorprendemos por algo, como cuando miramos un nuevo alto edificio hacia arriba. A veces nuestros ojos brillan de alegría. O se humedecen con la pena. O se nos llena la boca de saliva con el dolor. O nos tapamos los ojos y la cara ante imágenes descarnadas. O nos agarramos la cabeza atenazados por el dolor y la pena. Se nos pone la piel de gallina cuando vemos escenas de terror en el cine.

En lo que concierne a la enfermedad  el lenguaje popular siempre ha reflejado la importancia de las emociones. Frases como “me duele el estómago de sólo pensarlo”; “se me parte el corazón verlo así”; son claros ejemplos de ello.

Hay golpes emocionales que desencadenan episodios de enfermedades. Como ejemplos, la muerte de un familiar. Mientras más cercano mayor la intensidad. Las separaciones y divorcios. Término de relaciones amorosas. Los exilios o extrañamientos. Pérdida de empleos o propiedades. Traslados no deseados a otra ciudad o a otro país. Pérdidas económicas importantes. Y muchos otros más que pueden engrosar la lista. Estos episodios desencadenan emociones negativas como la pena, el miedo, la rabia, el odio, la frustración, por ejemplo, que actuarán a través de un órgano para expresarse entonces como una enfermedad.

Hoy las terapias no convencionales están ayudando a los seres humanos a sanar. Muchas de ellas actúan a nivel emocional, y consistentemente ayudan al paciente. El que quiere sanar necesita poner de su parte la voluntad para trabajar entonces las emociones subyacentes, reconociéndolas, para entonces ir logrando nuevos equilibrios, que le sean beneficiosos. Conozco personalmente el caso de un hospital que utiliza las flores de Bach, la acupuntura y el reiki para ayudar a los tratamientos de los pacientes. Comenzó con un nombre adecuado para poder operar en un ambiente tradicional, “Unidad de tratamiento del dolor”, y poco a poco se ha ido ganando un espacio como soporte y ayuda a las gentes que asisten a ella.

La simple terapia sin embargo muchas veces no basta y se hace necesario un trabajo de desarrollo personal, que nos conduzca por la senda del cambio positivo, y ese trabajo requiere de valentía  y de voluntad. Valentía para asumir, aceptar y hacer los cambios necesarios para sanar, que muchas veces significan profundos cambios en el círculo afectivo más cercano, y voluntad para no desmayar, sabiendo que al final del túnel estará la luz de la sanación.

Que Dios nos bendiga.

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Estos últimos días he recibido algunas consultas referentes a la misión que tenemos en la vida y a los aprendizajes de ello.

En la práctica de la terapia de vidas pasadas he podido comprobar –aunque no científicamente como les gusta a muchos, ya que no puedo medir o pesar la experiencia- que cada vida tiene una o más misiones específicas, que nos hemos comprometido a realizar, y que en cada vida tenemos una tarea –o varias- que aprender. Las más de las veces no somos conscientes de ello. Pero, invariablemente, cuando se atraviesa el proceso de muerte, es decir cuando el Alma abandona el cuerpo que habitaba se reconoce inmediatamente lo que se aprendió en esa vida recién terminada, y se examina además el grado del aprendizaje que se tuvo, y con ello se da cuenta de la satisfacción por lo obrado. Por eso, algunas vidas que parecen muy duras e incluso injustas a los ojos compasivos y sentimentales  a los que estamos acostumbrados en esta sociedad occidental, encierran un aprendizaje y el cumplimiento de tareas que pueden llegar a ser muy complejas y profundas, pero que para el Alma son necesarias de atravesar, para completar su peregrinar y volver a Dios.

A veces una simple tarea puede llevar toda una vida, como por ejemplo, aprender a vivir independientemente de los familiares cercanos.

El Dr. Bach, creador del célebre sistema floral, dice en su libro “Cúrese Usted mismo” lo siguiente:

Capítulo 5

 La función paterna es dejar crecer en libertad

Dado que la falta de individualidad (es decir, permitir la interferencia ajena sobre nuestra personalidad, lo que nos impide cumplir los mandatos del Ser Supremo) es de tanta importancia en la producción de la enfermedad, y dado que suele iniciarse muy pronto en la vida, pasemos a considerar la auténtica relación entre padres e hijos, maestros y discípulos.

Fundamentalmente, el oficio de la paternidad consiste en ser el instrumento privilegiado (y, desde luego, el privilegio habría de considerarse divino) para capacitar a un alma a entrar en contacto con el mundo por el bien de la evolución. Si se entiende de forma apropiada, es probable que no se le ofrezca a la humanidad una oportunidad más grande que ésta para ser agente del nacimiento físico de un Alma y tener el cuidado de la joven personalidad durante los primeros años de su existencia en la tierra. La actitud de los padres debería consistir en dar al recién llegado todos los consejos espirituales, mentales y físicos de que sean capaces, recordando que ha venido a este mundo a adquirir su propia experiencia y conocimientos a su manera, según los dictados de su Ser Superior, y hay que darle cuanta libertad sea posible para que se desarrolle sin trabas.

La profesión de la paternidad es de servicio divino y debería respetarse tanto, si no más, que cualquier otra tarea que tengamos que desempeñar. Como es una labor de sacrificio, hay que tener siempre presente que no hay que pedirle nada a cambio al niño, pues consiste sólo en dar, y sólo dar, cariño, protección y guía hasta que el alma se haga cargo de la joven personalidad. Hay que enseñar desde el principio independencia, individualidad y libertad, y hay que animar al niño lo antes posible a que piense y obre por sí mismo. Todo control paterno debe quedar poco a poco reducido conforme se vaya desarrollando la capacidad de valerse por si mismo, y, más adelante, ninguna imposición o falsa idea de deber filial debe obstaculizar los dictados del Alma del niño.

La paternidad es un oficio de la vida que pasa de unos a otros, y es en esencia un consejo temporal y una protección de duración breve que, transcurrido un tiempo, debería cesar en sus esfuerzos y dejar al objeto de su atención libre de avanzar solo. Recordemos que el niño, de quien podemos tener la guardia temporal, quizás sea un Alma mucho más grande y anterior que la nuestra y quizá sea espiritualmente superior a nosotros, por lo que el control y la protección deberían limitarse a las necesidades de la joven personalidad.

La paternidad es un deber sagrado, temporal en su carácter, y que pasa de generación en generación. No conlleva más que servicio y no hay obligación a cambio por parte del joven, puesto que a éste hay que dejarle libre para cumplir con esa misma tarea pocos años después. Así el niño no tendrá restricciones, ni obligaciones ni trabas paternas, sabiendo que la paternidad se le había otorgado primero a sus padres y que él tendrá que cumplir ese mismo cometido con otro.

Los padres deberían guardarse particularmente de cualquier deseo de moldear a la joven personalidad según sus propios deseos o ideas, y deberían refrenarse y evitar cualquier control indebido o cualquier reclamación de favores a cambio de su deber natural y privilegio divino de ser el medio de ayuda a un Alma para que ésta se ponga en contacto con el mundo. Cualquier deseo de control, o deseo de conformar la joven vida por motivos personales, es una terrible forma de codicia y no deberá consentirse nunca, porque si se arraiga en el joven padre o madre, con los años éstos se convertirán en auténticos vampiros. Si hay el menor deseo de dominio, habrá que comprobarlo desde el principio. Debemos negarnos a ser esclavos de la codicia que nos impulsa a dominar a los demás. Debemos estimular en nosotros el arte de dar, y desarrollarlo hasta que con su sacrificio lave cualquier huella de acción adversa.

El maestro deberá siempre tener presente que su oficio consiste únicamente en ser agente que dé al joven guía y oportunidad de aprender las cosas del mundo y de la vida, de forma que todo niño pueda absorber conocimiento a su manera, y, si se le da libertad, pueda elegir instintivamente lo que sea necesario para el éxito de su vida. Una vez más, por tanto, no debe darse nada más que un cariñoso cuidado y guía para permitir al estudiante adquirir el conocimiento que requiere.

Los niños deberían recordar que el oficio de padre, como emblema de poder creativo, es divino en su misión, pero que no implica restricción en el desarrollo ni obligaciones que puedan obstaculizar la vida y el trabajo que les dicta su alma. Es imposible estimar en la actual civilización el sufrimiento callado, la restricción de las naturalezas y el desarrollo de caracteres dominantes que produce el desconocimiento de este hecho. En casi todas las familias, madres e hijos se construyen cárceles por motivos completamente falsos y por una equivocada relación entre padre e hijo. Estas prisiones ponen barras a la libertad, obstaculizan la vida, impiden el desarrollo natural, traen infelicidad a todos los implicados y provocan esos desórdenes mentales, nerviosos e incluso físicos que afligen a la gente, produciendo una gran mayoría de las enfermedades de nuestros días.

No se insistirá nunca lo suficiente sobre el hecho de que todas las almas encarnadas en este mundo están aquí con el específico propósito de adquirir experiencia y comprensión, y de perfeccionar su personalidad para acercarse a los ideales del Alma. No importa cuál sea nuestra relación con los demás, marido y mujer, padre e hijo, hermano y hermana, maestro y hombre, pecamos contra nuestro Creador y contra nuestros semejantes si obstaculizamos por motivos de deseo personal la evolución de otra Alma. Nuestro único deber es obedecer los dictados de nuestra propia conciencia, y ésta en ningún momento debe sufrir el dominio de otra personalidad. Que cada uno recuerde que su Alma ha dispuesto para él un trabajo particular, y que, a menos que realice ese trabajo, aunque no sea conscientemente, dará lugar inevitablemente a un conflicto entre su Alma y su personalidad, conflicto que necesariamente provocará desórdenes físicos.

Cierto es que una persona puede tener vocación de dedicar su vida a otra, pero antes de que lo haga, que se asegure bien de que eso es lo que manda su Alma, y de que no se lo ha sugerido otra personalidad dominante que le haya persuadido, y de que ninguna falsa idea del deber le engaña. Que recuerde también que venimos a este mundo para ganar batallas, para adquirir fuerza contra quienes quieren controlarnos, y para avanzar hasta ese estado en el que pasamos por la vida cumpliendo con nuestro deber sosegada y serenamente, indeterminados y no influenciados por cualquier ser vivo, serenamente guiados en todo momento por la voz de nuestro Ser Superior. Para muchos, la principal batalla que habrán de librar será en su casa, donde, antes de lograr la libertad para ganar victorias por el mundo, tendrán que liberarse del dominio adverso y del control de algún pariente muy cercano.

Cualquier individuo, adulto o niño, que tenga que liberarse en esta vida del control dominante de otra persona, deberá recordar lo siguiente: en primer lugar, que a su pretendido opresor hay que considerarle de la misma manera que se considera a un oponente en una competición deportiva, como una personalidad con la cual estamos jugando al juego de la vida, sin el menor asomo de amargura, y hay que pensar que de no ser por esa clase de oponentes no tendríamos oportunidad de desarrollar nuestro propio valor e individualidad; en segundo lugar, que las auténticas victorias de la vida vienen del amor y del cariño, y que en semejante contexto no hay que usar ninguna fuerza, cualquiera que sea: que desarrollando de forma segura nuestra propia naturaleza, sintiendo compasión, cariño y, a ser posible, afecto –o mejor, amor- hacia el oponente, con el tiempo podremos seguir tranquila y seguramente la llamada de la conciencia sin la menor interferencia.

Aquellos que son dominantes requieren mucha ayuda y consejos para poder realizar la gran verdad universal de la Unidad y para entender la alegría de la Hermandad. Perderse estas cosas es perderse la auténtica felicidad de la Vida, y tenemos que ayudar a esas personas en la medida de nuestras fuerzas. La debilidad por nuestra parte, que les permite a ellos extender su influencia, no les ayudará en absoluto; una suave negativa a estar bajo su control y un esfuerzo por que entiendan la alegría de dar, les ayudará a subir el empinado camino.

La conquista de nuestra libertad, de nuestra individualidad e independencia, requerirá en muchos casos una gran dosis de valor y de fe. Pero en las horas más negras, y cuando el éxito parece totalmente inaccesible, recordemos siempre que los hijos de Dios no tienen que tener nunca miedo, que nuestras Almas solo nos procuran tareas que somos capaces de llevar a cabo, y que con nuestro propio valor y nuestra fe en la Divinidad que hay dentro de nosotros, la victoria llegará para todos aquellos que perseveran en su esfuerzo.

Sin duda que este documento es de una profundidad impresionante y es por eso que, aunque extenso, lo he querido compartir con ustedes.

Que Dios les bendiga

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Las riquezas

Cuando Jesús dijo, como dicen que dijo, “será más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos” no estaba condenando el tener dinero o posesiones materiales. No, el asunto es mucho más filosófico que mundano.

En primer lugar el ojo de la aguja se le llamaba en la antigüedad a las puertas pequeñas que quedaban para el paso de peatones en las puertas de las ciudades, que se llamaban agujas, y que se cerraban al anochecer para impedir el paso de indeseados y el ingreso de comerciantes o caravanas de ellos sin pagar impuestos o tasas correspondientes, y también y especialmente como medida de protección ante posibles ataques enemigos. Al cerrarse entonces la puerta podía permanecer abierto el ojo de ella, por donde podían transitar las personas. En tiempos de Jesús se dice que Jerusalén tenía siete puertas, siendo una de las más famosas la de Damasco.

La diferencia entonces es en la interpretación, ya que un camello sí entra por el ojo de la aguja. Claro, pero con algunas condiciones.

La primera de ella es que lo haga sin carga, vale decir, sin nada que lo pueda atorar en la pequeña puerta, nada que lo trabe.

Esto no quiere decir, ni con mucho que está mal o sea indeseable poseer bienes o dinero. No, la interpretación es que no se debe tener apego a dichas posesiones. Y llegamos una vez más al concepto oriental del desapego. El desapego consiste en no sufrir por lo que se tiene ante su posible pérdida, pero no significa no tener. Por eso, para entrar al reino de los cielos se debe ir desprovisto de apegos, para seguir el camino. Si, aquel camino que dijo Jesús recorriéramos: “buscad el reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura”.

La segunda condición es entrar agachado. De otra manera no pasa el camello. Ello quiere decir con la cabeza gacha, en posición de sumisión, de humildad. Es más, debe pasar hincado, caminando sobre sus rodillas.

Lo preocupante de todo el asunto mundano de las posesiones materiales es que hacen definitivamente que el hombre viva apegado, temeroso de perder lo que tiene. El joven rico argumentó a Jesús que lo que le pedía hiciera para ser ordenado dentro de los setenta era imposible de cumplir “porque a sus padres les había tomado mucho trabajo poseer lo que tenían”. Su creencia era que la riqueza y las posesiones materiales era una demostración del favor de Dios. Hoy muy pocos se escapan a esa misma creencia.

Hoy se ha instituido en el mundo occidental, y también en el oriental, la cultura económica del temor. Por medio del temor al futuro se han comenzado a manipular las conciencias encadenando al hombre a los resultados económicos y a las posesiones materiales. Los seguros de todo tipo, en especial los de vida y de servicios y prestaciones médicas hoy día mandan. Los saldos de AFP condicionan la vida de las personas.

Es doloroso comprobar cómo muchas personas tienen como su página de inicio en el computador de la oficina la que informa de los resultados de sus fondos de pensiones para el día en que ya no trabajen.

La búsqueda de seguridad es campo fértil para aquellos que negocian con el temor de las gentes. La industria científica del marketing del miedo mueve millones y cautiva más y más mentes día tras día. Vamos perdiendo el sentido de la vida, de vivirla como una aventura, para trocarla por la búsqueda de la seguridad, la búsqueda de certezas, para que nada pueda afectar la planificación de la vida. Y entonces los seguros han hecho su agosto, minando la fe de las personas.

Hombres de poca fe dijo Jesús a aquellos en su día. Hoy se lo podría decir a millones que solamente viven pensando en el futuro, luchando, codiciando y haciendo de todo por poseer riquezas.

Por eso, cuando Jesús le dijo al joven rico que vendiera todos sus bienes y diera el producto de la venta a los pobres o a sus hermanos le estaba diciendo solamente que terminara con su amor por la riqueza para que manifestara el otro amor, el del camino espiritual, para seguirlo.

Entonces, un rico sí puede entrar al reino de los cielos, pero desprovisto del amor por la riqueza, en el fondo, viviendo el desapego.

Que Dios les bendiga.

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Temor a soltar…

Los tibetanos dicen que para no sufrir debemos aprender a desapegarnos, igual como lo hace la naturaleza en su eterno ciclo de dar y recibir. Un árbol llegada la hora florece, desarrolla las hojas, forma y produce los frutos que una vez maduros alimentan a otros seres o caen al suelo, alimentándolo a su vez, pierde sus hojas en el otoño, que se convierten luego en tierra vegetal, y repite el ciclo una y otra vez, con una perfección asombrosa. El bosque entero repite el proceso. Cada árbol es un ejemplo de desapego, realizando inteligentemente la función que debe desarrollar, transformándose constantemente. La semilla de aquel árbol en la tierra se fue abriendo su camino, desarrollándose para cumplir con su función, de acuerdo a su esencia.

Los hombres nos llenamos de necesidades ficticias. Hemos desarrollado técnicas depuradas para crear necesidades en personas que antes de ello no sospechaban cuanto necesitaban este u otro producto. Y nos llenamos de hábitos, de los cuales tememos apartarnos, porque significa salir a lo desconocido, a lo que no podemos manejar. Cuando pasa eso no estamos en nuestra esencia más pura, y nos dejamos dominar por el miedo, y dejamos por lo tanto de fluir con la vida, con la naturaleza. Y cuando desarrollamos las raíces no lo hacemos por desarrollar nuestra esencia sino más bien nos enraizamos por miedo, por temor. Y llegamos a creer que cuanto más profundas son nuestras raíces mayor será nuestra seguridad. Y la sociedad occidental apuesta por la seguridad que cree entrega el dinero.

Me ha tocado trabajar con algunas personas, y conozco otras, que no han hecho mucho esfuerzo para tener mucho dinero. Algunos de ellos he visto que han creído que Dios les considera entonces superiores a quienes no lo poseen. Estas personas son, en su esencia, administradores de dinero en la tierra, y es una misión divina, como todas. Entonces, cuando estos administradores consideran que el dinero es una fuente de poder para ser usado en desmedro de sus semejantes no están en su esencia, están en el apego, en el miedo a perderlo. Su labor, y razón por la cual han venido al planeta es poner sus virtudes y talentos a disposición de la vida y administrar los bienes recibidos, para generar bienestar y comodidad no solamente para él y los suyos sino que para la sociedad entera. El apego genera el miedo. Siempre les digo a quienes tienen muchos bienes y dinero que administrar que es una función divina que se les ha encargado, para que lleven bienestar a otros. Y como misión divina la administración tiene reglas claras, como es por ejemplo ser justos, prudentes, fuertes y templados, y que no son otra cosa que las virtudes cardinales.

Muchas personas tienen miedo a perder, y esto se manifiesta en que sufren de estreñimiento. El temor a soltar se manifiesta en una tendencia a retener, lo que se interpreta básicamente como el temor a no tener. Es la situación que da cuenta de una ansiedad por querer atesorar, guardar, controlar los flujos. Las hemorroides o almorranas están relacionadas con el estreñimiento, y usualmente se relacionan con un marcado temor a fallar, en unos casos, o a soltar, en otros, o a perder, en los más, y genera un inconsciente deseo de retener, lo que se manifiesta en contracciones de los esfínteres. Pero, puede interpretarse también como un duro esfuerzo de soltar algo desde el interior, como puede ser un resentimiento profundo o una rabia poderosa, o algo que hemos hecho y que se considere no muy limpio, como la caca, que entonces se fuerza uno a expulsar, causando entonces las hemorroides. Esto se relaciona con el sentimiento de culpa. Esto es más sutil, pero también digno de analizar.

He visto como el estreñimiento y las hemorroides se relacionan con un defecto profundo, que es la avaricia. Y para “combatir” la enfermedad no es necesario someterse solamente a dietas ricas en fibras vegetales, porque no harán la cura por sí solas, sino que habrá que desarrollar la virtud de entregarnos al prójimo, sirviendo desde el corazón en lo que nos toque hacer, sin temor a entregar lo que tenemos, manifestando nuestros talentos, sabiendo que todos somos hijos de Él, y por lo tanto iguales.

Por eso, cuando aconsejo a personas que poseen mucho dinero les recuerdo que el don de la riqueza les ha sido dado para ser utilizado poniéndolo al servicio de las personas y la sociedad, contribuyendo al mayor bienestar, a mejorar las condiciones de vida y a aumentar la felicidad. Debemos ser como los árboles en la naturaleza, en que van echando las raíces no por temor sino por desarrollar lo que deben en su esencia última, liberándonos de todo lo que nos quiera aprisionar dándonos esa sensación de fallar, dejando entonces fluir la vida dentro nuestro.

Que Dios les bendiga.

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Muchas veces en la vida nos equivocamos. Es cierto, somos humanos, no perfectos, y está bien equivocarse, porque de la equivocación nace el aprendizaje. Es un aprendizaje duro a veces, pero es una enseñanza válida.

Pero solamente podemos darnos cuenta de que estamos equivocados en base a una vivencia posterior, con la cual podemos comparar lo que nos ha pasado. Cuando una persona sabe lo que va a suceder con su acción y el resultado no será el deseado esa persona simplemente miente. No se equivoca, miente. Y el ser humano siempre actúa pensando en que no se cometerán errores, porque ellos se pueden solamente analizar en el futuro. Pero muchas veces nos mentimos a nosotros mismos, actuando de determinada manera, ya que esa acción no nos producirá a nosotros el resultado deseado. Ejemplo de ello es que a veces comemos en exceso o comemos alimentos ricos en azúcar que lo que producirá es gordura, pensando que no nos pasará nada si lo hacemos. Eso es un engaño. Pero, a pesar que sabemos el resultado de nuestra acción requerirá tiempo darnos cuenta de la equivocación. A veces pasamos la vida sin percatarnos de nuestras equivocaciones, lo que puede acarrear consecuencias en la salud.

Como seres humanos que somos estamos condicionados por nuestra historia, creencias, costumbres, tradiciones, cultura, educación, pensamientos y emociones. Eso nos constituye como somos, y desde esa plataforma observamos el mundo que nos rodea y lo interpretamos entonces. Así, con esa base nuestra interpretación y acción por lo tanto nunca puede estar equivocada en el presente, y necesitamos ir al futuro para darnos cuenta de lo equivocados que estábamos cuando actuamos. Mas, siempre pretendemos que el otro observe la realidad de la misma forma que yo lo hago, y eso es imposible, ya que el otro es un observador diferente porque su historia, sus experiencias, sus creencias, sus costumbres, sus tradiciones, su cultura, su educación, sus pensamientos, sus emociones y su capacidad intelectual son diferentes a las mías.

A veces, la equivocación, que se verá en el futuro, es provocada inconscientemente por la persona, para producir entonces la experiencia que necesita para su aprendizaje, para que su Alma tenga la oportunidad de experimentar lo que necesita para el aprendizaje al que vino a la tierra. Es posible que suene descabellado para la mente racional, aquella socialmente admitida como correcta, pero, pregunto, ¿qué pasaría si fuese ello cierto? El poder pensar en la certeza de esta afirmación necesita salir entonces de nuestro sistema de creencias, necesita estar dispuesto a revisar eso que somos, para poder dar cabida a ello.

En el asunto de la salud es necesario que pensemos de manera diferente a lo que nos han acostumbrado, a lo que nos han dicho que es verdad. A través de los años hemos visto que muchas veces se ha equivocado la ciencia médica y se seguirá equivocando, para sufrimiento de muchos. Por desgracia el constatar la equivocación es siempre posterior, y ello puede ser muy duro.

La enfermedad no es un enemigo a derrotar. No ganamos al luchar contra ella. Vea usted el resultado de la lucha contra las enfermedades cardiovasculares: han llevado al infarto a ser la principal causa de muerte. No, la lucha solamente da más fuerza a lo que queremos eliminar. Si comprendiéramos que no hay que luchar contra el ataque al corazón dejando de comer muchas cosas y sometiéndonos a rigurosos programas de esfuerzo físico sino que debemos desarrollar la capacidad de vivir el amor, aceptando nuestras emociones y dejándolas que se expresen libremente, y no sometiéndolas a la cárcel con barrotes de obligaciones y normas y reglas de lo “que debe ser”.

Sor Teresa de Calcuta decía que no la invitaran ni a manifestaciones ni a causas en contra de la guerra, sino que la invitaran a causas y manifestaciones a favor de la paz.

Distinto es entender el mensaje de la enfermedad, darnos cuenta qué es lo que nos quiere decir, y cuál es el mensaje que se expresa en el síntoma, no para luchar contra él. Me decía un antiguo profesor que la medicina occidental actúa con el síntoma de la misma forma que si actuáramos dando un martillazo a la luz que se prende en el tablero de nuestro automóvil indicándonos una falla en él. Se suprime la alerta, el síntoma, y seguimos la marcha, para caer poco más allá con el vehículo detenido y necesitando reparaciones mayores. EL Dr. Edward Bach plantea que la enfermedad es un conflicto, de larga data, entre el Alma y la mente, “y jamás podrá ser erradicada, excepto por medio de un esfuerzo mental y espiritual”. Ese esfuerzo debe ir dirigido a desarrollar la virtud o virtudes cuya inexistencia dejan lugar al defecto que provoca entonces el conflicto.

La enfermedad nos habla de lo que nos falta, de lo que carecemos, nos muestra la sombra en nosotros, y nos indica la necesidad de cambiar, de ser mejores. La enfermedad es solamente una pérdida de un equilibrio, para llegar a ese otro estado de equilibrio. Y ese desequilibrio se produce a nivel de la conciencia y se muestra en el cuerpo, a través de los síntomas que manifiesta. Por lo tanto la lucha contra la enfermedad es una batalla perdida, porque no desaparecerá nunca de la faz de la tierra, y está ahí para enseñarnos en camino, aunque sea doloroso.

Esta nueva mirada requiere de apertura de mente, comprender que la equivocación no se ve en el presente y se verá en el futuro, en la medida que aumentemos la conciencia de quienes somos en realidad.

La enfermedad busca sanarnos, haciéndonos sinceros. Pero debemos ser sinceros y honestos con nosotros mismos para producir los cambios necesarios para mejorar, para ser mejores hombres, comprendiendo que la sanación está en el amor, que tiene múltiples manifestaciones en todo cuanto nos rodea, en nuestro prójimo y en nosotros mismos, que es desde donde debe comenzar la sanación.

No importa si nos equivocamos mientras aprendamos la lección. Y nos equivocaremos tantas veces necesitemos para aprenderla. Aunque necesitemos tiempo para comprenderlo.

Que Dios les bendiga.

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La negación de la existencia del Alma que hace la ciencia es un asunto de mucha importancia. No voy a ir ahora por el lado espiritual o el de la religión, que se supone a priori es el dominio del Alma, sino que voy a explorar el tema de la sanación.

La medicina actual, la validada, por ser precisamente científica, y que invalida todo lo que no lo sea, no acepta la existencia del Alma del ser humano, por lo que reduce la enfermedad de éste al ámbito solamente funcional. Este reduccionismo es cada vez más profundo y evidente y en la medida que la tecnología se desarrolla al servicio del tratamiento de los síntomas hasta niveles que hacen que nos maravillemos de los resultados se profundiza aún más.

Pero los seres humanos tenemos esa parte no corpórea, que no obedece a mensuras, pero que nos constituye, junto al cuerpo, emociones y la mente, en eso, seres humanos. La medicina en sus comienzos fue un asunto religioso, y los encargados de la sanación eran precisamente sacerdotes. Con el advenimiento del método científico y su arrollador avance y arrogancia casi sin límites la “sanación” pasó a ser asunto del estamento médico, que desconociendo entonces esa parte fundamental centraron la enfermedad a un asunto netamente funcional. La pregunta entonces cambió del ¿por qué? al ¿cómo?, y desapareció entonces la responsabilidad espiritual por la enfermedad.

Y ¿cuál ha sido el éxito de la medicina actual, la científica y occidental?

Pues pareciera que es una victoria pírrica, porque nunca había habido tantos enfermos como ahora los hay, nunca había habido tantos y tantos síntomas como hoy, y a medida que van desapareciendo las enfermedades infectocontagiosas han aparecido las enfermedades mentales y las autoinmunes, que suman más y más enfermos. No podemos dejarnos confundir con el éxito de la tecnología aplicada a los tratamientos de cirugías o recuperativos.

En la medida que la tecnología nos permite ir más profundamente al interior de la célula, del átomo y de lo más pequeño nos vamos encontrando con otros mundos cada  vez más pequeños, que van siendo identificados como los responsables de las cosas más grandes.

Se desconoce entonces lo que somos, ese ser compuesto por partes indivisibles, para ser artificialmente divididos.

Y al hacer esta división, tan alarmantemente falsa y violenta a su vez, se desconoce las otras partes de nuestro ser. Una exclusión que trae cada vez más consecuencias.

Y esta división nace de la lucha contra la enfermedad. Para luchar se debe tener un enemigo conocido. Como el Alma no tiene ubicación, no se puede ver, pesar, medir ni tomar, no puede ser identificada para atacarse. Pero si se tiene a mano lo otro, el cuerpo. Y ahí se centran entonces los esfuerzos del ataque. Y la lucha de la medicina no es solamente contra la enfermedad, sino que peor aún, el enemigo verdadero a derrotar es la muerte. Si, el enemigo es la muerte. La medicina occidental tiene como su enemigo público número uno a la muerte.

Y ¿qué es más cierto que la muerte llegará algún día? Todos lo sabemos. Lo tenemos claro. Pero para la medicina cuando se produce ésta el sentimiento es de derrota. Se trata entonces que el cuerpo siga funcionando. A como dé lugar. Pero que no muera.

Y me llama mucho la atención que los médicos que públicamente adscriben a religiones occidentales, algunas muy conservadoras en sus prácticas y rituales, no puedan dar cabida al Alma en su práctica.

En su afán de explicarse siempre las causas la medicina occidental ha identificado el estrés como el abanderado de las causas desconocidas. Se permiten los que pueden socialmente extender recetas hablar del estrés y situarlo como el causante de muchas enfermedades, casi todas ahora. Sutilmente lo deslizan como probables causas de la enfermedad y de la muerte. Silencioso, desconocido, inidentificable, inmensurable, sagaz, furtivo y maldito. Pero nadie sabe qué es el estrés. Solamente lo tomaron como un buen sustituto mantenedor del misterio.

El desconocer la existencia del Alma, lo que somos de verdad, y su importancia en nuestra vida seguirá trayendo consecuencias en la salud de las personas, que buscarán en los compuestos químicos, en las estrictas dietas, en las inyecciones y píldoras la sanación.

Cuando se aceptó este método científico que nos divide para tomar solamente una parte, el cuerpo, se colocó la causa de la enfermedad fuera del ser humano, y se perdió la responsabilidad de la generación de ella, para buscar entonces en lo que comemos –especialmente- la génesis. Y se aterroriza al hombre ahora con la posibilidad de enfermar, por conceptos y valores tan falsos como la lucha contra la muerte.

Una última cosa para meditar: si reflexionamos como hace la medicina occidental actual, buscando la causa física, podemos llegar a los albores de la creación. Piénselo. Para la medicina siempre hay algo que causa lo que pasa, pero ese algo tiene una causa anterior, y esa causa tiene otra anterior. Y así llegamos siempre al origen. Y en ese origen siempre estará Dios. Y Él nos creó con cuerpo, mente, y Alma.

Que Dios nos bendiga.

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Brazos, abrazos

Siempre que escribo sobre los síntomas de las personas lo hago con la finalidad de poner en su conocimiento, o rememorar, que la enfermedad como la conocemos hoy es una oportunidad de crecimiento en el camino del desarrollo personal. El advenimiento de la “medicina científica” actual ha condenado al olvido las antiguas técnicas de sanación, por considerarlas si no supersticiones, brujerías derechamente. Nada queda de lo religioso de la antigüedad en la sanación. Hoy hay muchos terapeutas, incluso dentro del estamento médico, que comienzan a recobrar el verdadero sentido de la sanación, que va más allá de la lucha contra el síntoma –la filosofía imperante se basa en el “luchar”-, para escudriñar en la comprensión del verdadero mensaje de él. Se abre así una ventana que puede traer la luz.

A veces pienso que el nivel de la tecnología nos maravilla tanto, que se producen tantos y tantos portentos tecnológicos que reducen especialmente el dolor y la duración de las molestias físicas, que elevamos a la medicina a niveles mágicos. Pero, la medicina pierde de vista cada vez más al ser humano en su conjunto, en su constitución. Ha pasado a ser el cuerpo humano un mecanismo con piezas desechables, intercambiables, en el cual se pueden experimentar los compuestos químicos o procedimientos físicos, medibles, cuantificables en cuanto a su eficacia y a su funcionalidad, y se ha dejado de lado al hombre en su conjunto, un ser provisto no solamente de cuerpo, en el cual basa su operación la medicina actual, sino también de mente, alma y emociones.

La medicina actual, basada en el funcionamiento y en los métodos, solamente aporta alivio temporal, escondiendo bajo la alfombra de la remisión de los síntomas el conflicto subyacente que nos quieren manifestar, y los principios de rapidez en la reparación son los básicos a la hora de las evaluaciones. No es capaz de descifrar la medicina moderna, la científica, el lenguaje de la enfermedad, que no es más que la forma en que nuestra alma nos envía los mensajes de lo que debemos mejorar en nosotros. Por ello, lo que hoy día se arregla en el quirófano o con una tira de tabletas va a volver a aparecer de otra forma en el cuerpo, y la manifestación de esa representación futura en ese lenguaje, sea a través de un susurro o un grito, nos dirá la magnitud del conflicto que nos advierte nuestra alma. Y podremos entonces sentar las bases para hacer los cambios que necesitamos. Y esos cambios van en el camino a la felicidad.

He visto en los últimos días a algunas personas con dolencias a los brazos. Es importante la localización de la dolencia para una interpretación más fina. Pero partamos con el significado del brazo en su conjunto, para ver qué nos quiere decir. No olvidemos que el síntoma nos hace sinceros, y que busca sanarnos, desde el alma.

Los brazos representan la posibilidad de actuar en el hombre, en el quehacer. Cuando no se quiere que algún preso haga algo se le amarran las manos. Cuando se quiere evitar que escape se le amarran los pies. Entonces, los brazos permiten llevar adelante la concreción del deseo en acción. Esto es evidente. Si tuviera una dolencia en mi brazo no podría teclear en el computador y no podría escribir esto, que es lo que deseo. Es sencillo. Los brazos ejecutan. La sabiduría popular atribuye a los brazos la analogía que necesitamos para comprender su significado: “levantó el imperio con sus brazos”, “bajó los brazos”, “se quedó de brazos cruzados”, “no le dió un abrazo”, “abrazó la causa”, “lo recibe con los brazos abiertos”, etc. Maravillosa la sabiduría ancestral. Sabiduría popular. ¿Cómo no vamos a poder ver entonces lo que hay detrás de algún síntoma en los brazos? Es hora de abrir los ojos, o cerrarlos, para poder ver, y salir de la trampa que nos tiende la red que nos aprisiona y nos impide mover los brazos.

Entonces, los problemas a los brazos nos hablan de las dificultades en la actuación, de las dificultades de realizar acciones, ya sea a nivel personal, profesional, de negocios, familiar o social. Puede ser que los problemas sean producidos por el miedo al cambio, por el temor a dejar lo conocido, ya que si hacemos lo que debemos hacer, si actuamos, vamos a entrar en un terreno desconocido. Puede ser también que la dolencia ponga de manifiesto que la persona está haciendo algo que no está en concordancia con su alma, que se aparta de lo que verdaderamente debe hacer para cumplir su misión en la vida, y su alma habla por el brazo.

Para poder comprender profundamente el síntoma es necesario hacerse una pregunta una vez que aparece: ¿qué estaba pasando en mi vida cuando apareció el síntoma? Si quiere ayudar a otro pregunte simplemente ¿qué estaba pasando en tu vida cuando empezaron las molestias? Es una pregunta que abre puertas a una comprensión superior, ya que nos permite conectarnos con aquello que es necesario conocer para poder desarrollar la virtud que necesitamos para mejorar, y no buscar armas para el combate con miras a hacer desaparecer el síntoma, porque entonces nos haremos los sordos.

A veces, las afecciones a los brazos se producen cuando somos incapaces de abrazar, cuando somos incapaces de brindar afecto, cuando somos incapaces de acoger. Los brazos están hechos para abrazar. Muchas veces nuestros seres queridos, pareja, padres, hijos, hermanos, familiares, conocidos, amigos, requieren de nuestro silencio y de nuestro abrazo. Eso es sanador. Y sanador no solamente para el que recibe el abrazo, sino que para el que ha enfermado por su incapacidad de abrazar.

Un abrazo para todos y que Dios les bendiga

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