Esta semana ha conmovido al país la tragedia de una familia en que el padre se ha quitado la vida descerrajándose un tiro en la cabeza después de una discusión con su mujer. El hombre, padeciendo una fuerte depresión, había sufrido algunos acontecimientos traumáticos como una quiebra económica y el suicidio de su madre, hecho que la prensa ha situado hace dos años atrás, cuando ella para quitarse la vida se arrojó desde un sexto piso.
Es este último hecho, el suicidio de la madre, el que me ha llamado la atención, y al que sindico como causa de lo sucedido la noche del jueves y madrugada del viernes 16, lo que explicaré a continuación.
Cuando se produce una muerte violenta, como el suicidio, el alma que ha habitado el cuerpo sale violentamente de él, en un estado de extrema confusión. No puede explicarse dónde está ni qué hace en esa condición en que las personas parecen no verle ni menos escucharle, por más empeño que pone. No puede explicarse nada. El suicida ha pensado siempre antes de tomar acción que con la muerte se acabará todo y sus problemas se resolverán por esa vía. Sin embargo, como lo único que muere es el cuerpo físico, la sensación que queda es que no ha pasado nada, que no ha muerto, y que nada se ha resuelto. Me llama la atención que todas las religiones condenen el suicidio, pero ninguna es explícita en decir lo que sucede con el alma del suicida.
En el caso que nos ocupa la situación es bastante clara, a mi entender.
Cuando la madre se suicidó su alma salió expulsada del cuerpo, y la sensación de confusión de ella la llevó a deambular sin destino. Entonces, encontró a su hijo, quien presa de una pena profunda, y rabia posiblemente, presentaba fisuras en su campo vibratorio, por donde entonces entró y se aferró a él. Ella, en su confusión, creyó que seguía con vida y comenzó a tratar de imponer su voluntad por sobre la voluntad del dueño del cuerpo, su propio hijo. El suicidio de la madre fue gatillado por su depresión, y esa sensación de tristeza, melancolía, pena, desgano y cansancio la llevó con ella después de ocurrido el hecho. Al introducirse en el campo energético de su hijo comenzó a transmitir las sensaciones a él, comenzando entonces este con el proceso de depresión. Pero esa depresión no era de él, sino de ella, que actuaba a través de él, y causaba entonces su efecto. Esto es bastante común en este fenómeno de las posesiones espirituales.
Debo decir que estas posesiones no son demoníacas ni malignas, sino simplemente asuntos energéticos que no pueden ser explicados con la mirada científica occidental imperante. Son lo que se denomina en TVP almas perdidas, las que por alguna razón permanecen en el plano físico en vez de pasar a la dimensión espiritual donde pertenecen. El alma perdida no tiene conciencia de que su cuerpo ha muerto, y por lo general acaba adhiriéndose al campo vibratorio –aura- de una persona viva. El alma perdida comienza a interferir a nivel subconsciente con la persona a la cual se adhirió, transmitiéndole sus pensamientos, sus emociones, sus recuerdos, sus creencias, en fin, aquellas cosas que le eran propias, y comienza entonces una lucha de voluntades por prevalecer. De ese modo el alma perdida comienza a interferir en la vida del dueño del cuerpo, sin que, por lo general, ninguno de los dos tenga conciencia de ello.
En el caso que nos ocupa puede haber sucedido que la madre pensó que su intento de suicidio fue fallido, y entonces, alojada en el cuerpo de su hijo lo incitó a completar lo que creyó incompleto, su propio suicidio.
La confusión que se produce producto de las muertes violentas –asesinatos, suicidios, accidentes, etc.- puede ser más pronunciada en las personas que no creen en la vida después de la muerte, ya que por lo general se nos ha enseñado que después de la muerte hay dos destinos, el uno hacia arriba si hemos sido buenos o el otro hacia el calor de abajo si hemos sido lo contrario. Este desconocimiento de la vida espiritual produce más almas perdidas que los asuntos trágicos, ya que muchos no se atreven a ir a la Luz, temerosos del juicio al que creen serán sometidos.
Otra explicación para lo sucedido en el caso que nos preocupa es que el alma perdida de la madre, cargada por las características de la depresión por la que atravesaba, transmitía sus sensaciones, pensamientos y emociones a su hijo, con lo cual éste aparecía con los mismos síntomas, deprimiéndose entonces él, adoptando entonces el camino de la autoeliminación.
Una tercera vertiente de explicación viene dada por afinidades entre la madre y el hijo, producto de promesas u otros asuntos difíciles de pesquisar, que pueden llevar al hijo a seguir a su madre, con la esperanza de volver a estar juntos. La dificultad estriba que en el plano físico, al cual se atan por la confusión post mortem, la capacidad de estar juntos se ve truncada por pertenecer a ámbitos diferentes, el físico o material y el espiritual, con lo cual la convivencia es precaria, por decir lo menos.
Este fenómeno es bastante común y en la práctica de la TVP se encuentra con frecuencia. Las almas perdidas por su confusión deambulan y se meten en el campo vibratorio de alguna persona viva, para de ese modo “seguir viviendo”, pero cuando lo hacen crean numerosos problemas y desajustes.
Es bastante común que las almas de personas que son fuertemente retenidas y lloradas por sus parientes cercanos se queden y se conviertan en huéspedes de estos, con los consiguientes problemas.
Pero en el caso que nos ocupa la causalidad, a mi modo de ver, es bastante clara.
Ahora, es necesario rezar y pedir la Luz por las almas de ambos suicidas, para que puedan ver la Luz e irse, y no quedarse en el cuerpo de alguna otra persona que puede ser una futura víctima.
Que Dios les bendiga.