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Archive for diciembre 2010

La lista de regalos es interminable. Las personas no pueden caminar y chocan entre sí y con sus paquetes. Parece que siempre falta alguien por regalar. La culpa aparece a cada rato, ya sea pensando en que será de poco valor lo que se regala o bien se olvida alguien en la numerosa lista. Las billeteras se aprietan, las tarjetas de crédito brillan de tanto uso, las líneas de crédito se hacen cada vez más delgadas, hasta casi ni notarse. Es la Navidad en esta sociedad occidental. La celebración de un acontecimiento que cambió el mundo.

¿Cuándo aprendimos que había que regalar a todos los que conocemos? ¿Será que se nos ha grabado a fuego como un sagrado valor aquello de “dar hasta que duela”, sin medir consecuencias ni recursos? ¿Será que nos dejamos llevar entonces por la manoseada y manipulada misericordia, que se convierte en culpa? ¿En qué competencia estamos inmersos, y con quién?

A Jesús, el que ha dado origen a esta fiesta, cuentan los que cuentan, nadie le dio regalos el día de su nacimiento, sino que días después aparecieron los Reyes Magos con oro, mirra e incienso, como presentes para el niño: el oro para demostrar su realeza; el incienso para expresar su divinidad; la mirra para reconocer su humanidad.

¿Por qué sacamos de contexto entonces esta fiesta? ¿Cuándo fue que nos perdimos?

¿Es que acaso debemos demostrar nuestro amor con bienes materiales?

Pienso que es mejor un abrazo en silencio, una mirada compasiva, una sonrisa amorosa, una palabra de aliento y con las manos vacías, que manos con bienes fabricados en algún galpón maloliente de algún remoto y exótico país por manos de niños esclavos, que no conocen palabras de afecto ni mirada profunda y suave. Niños que no conocen el significado primigenio de esta, nuestra fiesta; niños que durante su niñez no tienen ninguna fiesta.

¿Es que no podemos enseñar a nuestros hijos e hijas el valor de una reunión íntima y familiar, en que se expresen los mejores sentimientos, en que las palabras llenas de amor, comprensión, cuidado y alegría reemplacen los innumerables paquetes bajo el árbol de pascua?

A la Natividad la hemos reducido a solamente un tercio de lo que quisieron representar los Reyes Magos de Oriente, y peor aún, lo hemos además tergiversado: nos preocupamos del oro –lo material- para regalar, reconociendo solamente la realeza material, en vez de darle mirra, para reconocer su humanidad. Y tampoco hay espiritualidad en la fiesta, salvo aquella que viene por la vertiente de la culpabilidad de sentir que se debe dar a aquellos que no tienen suficiente “oro” para saciar sus “necesidades”, como sabiendo lo que los destinatarios necesitan en su paso por la tierra. No hay incienso en estos días.

Nuestra era, adicta al entretenimiento fácil, a las respuestas rápidas e irreflexivas, a las soluciones con la velocidad del rayo –el tiempo es oro- no deja espacio para la espiritualidad, especialmente en esta fecha, reduciéndose ella al sentimiento de culpa por aquel desposeído que “no será feliz porque en su casa no habrá regalos”, y al que hay que socorrer de alguna forma. ¿Qué culpas queremos lavar en este mar de misericordia?

Mejor sería gastar menos y sonreír más. Y abrazar más.  Y dar alguna muestra de afecto. Y dar más de aquellos detalles que no tienen precio.

Mejor sería gastar menos. Así nos ahorramos la forma de no ser auténticos y podemos ser nosotros mismos, regalándonos al prójimo.

Mejor sería gastar menos. Y amar más.

Que Dios nos bendiga a todos en esta Navidad.

 

 

 

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En estos días los egresados de la educación media en Chile rinden la prueba de selección para ingresar a la educación superior. Los niveles de nerviosismo y preocupación son evidentes y numerosos. Cuando este nerviosismo e intranquilidad son de los jóvenes es entendible, y natural, pero cuando se ve acompañado por la angustia de los padres el asunto toma otro ribete. Los examinados han pasado 12 años sometidos a la presión de este acontecimiento en el que deciden su futuro laboral y personal, según lo que se les ha inculcado -falsamente, por cierto- desde la más temprana infancia, por lo que las reacciones que tienen son comprensibles. Muchos de estos jóvenes son sometidos por sus padres y sus médicos a recetas de productos químicos para adormecer su alterado estado, lo que solamente hace que la situación se vuelva más preocupante, ya que los jóvenes cuerpos reciben sustancias que son claramente nocivas. Pero se las justifican dado el grado de angustia de los futuros examinados. ¿Podremos comprender alguna vez que los medicamentos no son inocuos, y que el templo que tenemos como cuerpo no considera natural la ingesta de estos productos? Los medicamentos alteran el funcionamiento de los órganos componentes de nuestro cuerpo. Los hay algunos que estimulan a dichos órganos para que funcionen a mayor velocidad o produzcan más y más rápido; y los que inhiben otros órganos, para que no funcionen con normalidad o produzcan menos y más lento. Pero nada es normal, y lo que se cree hoy –con toda la campaña publicitaria de laboratorios y médicos- que la ingesta de químicos es beneficiosa y mejora rendimientos y resultados es claramente una situación anormal. Pero, la presión por rendir, en la búsqueda del siempre esquivo éxito, es aliciente suficiente para atiborrar a los seres humanos de toda clase de productos de dudosa calidad y reputación. Los miles de millones de dólares de las campañas publicitarias han relegado a la anormalidad lo que es normal.

Cuando los padres viven este paso natural de sus hijos con evidente nerviosismo el asunto es preocupante. Los argumentos para la preocupación son variados, pero todos apuntan al temor de que el joven o jovencita no obtenga el puntaje deseado para lo que creen es lo que deben estudiar. Es cierto que la preocupación por el rendimiento puede ser lícita y no censurable: la experiencia que tenemos actúa como patrón de medida en lo que creemos debe ser lo “mejor” para el niño o niña.

Pero el asunto llega a límites impensados, a los cuales son arrastrados los padres en forma inconsciente, al manifestar muchos el temor que sus hijos no sean nada en la vida si es que no entran a la carrera que ellos creen les asegurará el futuro. Y esa presión la hacen sentir a quienes son los actores de esta situación.

Los padres debemos abstenernos del deseo de moldear a la joven conciencia, y más aún de decidir lo que deben estudiar. El sólo hecho de pensar en que la vida se les convertirá en una tragedia griega y de pobreza continua si no estudian lo que pensamos deben estudiar es una muestra de desamor de tamaño mayor, ya que se está desconociendo de plano que el niño o niña ha venido a la Tierra con sus talentos propios, diferentes y únicos. Lo que debemos hacer es solamente dar cariño, guiar, y proteger, pero no ordenar ni someter, para que se desarrollen seguros, confiados, amados, y puedan entonces manifestarse en plenitud en un mundo que crece cada día más, obra de los que se van sumando a los procesos creativos y productivos. Un joven aceptado desde su individualidad, cualquiera que ella sea, no podrá más que manifestarse amorosamente en el mundo, desarrollándose y trabajando en lo que sus talentos le indiquen. El desafío para los padres es alentar a que los jóvenes desarrollen sus capacidades, apoyando, sin críticas.

El trabajo es una manifestación del amor hacia nosotros y el prójimo, y ese amor es pleno cuando se hace lo que se vino a hacer al planeta. Cuando se hace lo que no se quiere, cuando se hace lo que se obliga, no hay manifestación de amor. Gibrán Jalil Gibrán dice del trabajar con amor:

“Es tejer el vestido con fibras extraídas de vuestro corazón, como si fuera para vestir al ser más amado. Es construir una morada con cariño y embellecerla como si fuese para albergar al ser más amado. Es sembrar con ternura y cosechar con regocijo, como si el fruto fuese para alimentar al ser más amado.”

En la actualidad, la interferencia en la vida de los jóvenes es muy alta, y solamente se les transmite temor e inseguridad y no valentía y deseos de vivir la vida.

El Dr. Bach dijo: El maestro deberá siempre tener presente que su oficio consiste únicamente en ser agente que dé al joven guía y oportunidad de aprender las cosas del mundo y de la vida, de forma que todo niño pueda absorber conocimiento a su manera, y, si se le da libertad, pueda elegir instintivamente lo que sea necesario para el éxito de su vida.

A lo mejor, esta prueba de selección será para muchos jóvenes una primera oportunidad de liberarse de las imposiciones paternas, eligiendo de corazón aquella carrera que se pueda ajustar a sus intereses y talentos.

Los padres debemos entender que si supiéramos lo que es bueno debimos haberlo hecho nosotros antes, y que si no lo hicimos es una clara muestra de nuestra incapacidad, y no podemos entonces exigir a los que empiezan el camino que sigan la senda que creemos será la pavimentada para ellos, ya que esa senda es solamente ilusión. Y esa ilusión puede convertirse en un infierno para aquel o aquella que decimos tanto amar.

Es bueno confiar en Dios y en los caminos que él ha diseñado, aunque sean, a veces tortuosos e intrincados, pero son sus caminos. Confiemos entonces en los hijos.

Que Dios nos bendiga a todos.

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He tenido varias conversaciones en las últimas semanas en que aparece la queja profunda por los acontecimientos que le toca vivir a las gentes, y que se hacen preguntas que no tienen respuestas lógicas. Los sentimientos de pena, frustración, rabia, desilusión y desesperanza son variados y se manifiestan de diferente forma.  Hace pocos días una persona me decía que no conocía a nadie de los que a ella le han hecho tanto daño que sufriera o tuviera de vuelta lo que a ella le habían hecho, dando por sentado que no era efectivo aquello de lo que siembras cosechas. Puede ser ello cierto, pero, a lo mejor, y he ahí una visión diferente del mismo tema, que quién está cosechando ahora por lo hecho antes pueda ser ella, o sea, está recibiendo el efecto de lo obrado en otros tiempos. En la TVP es común, cuando se pide al paciente ir a la raíz del problema actual, que se vaya a una vida pasada en la cual el causante o causantes de los sufrimientos actuales sean nada más y nada menos aquellos a los cuales en otra vida se les trató de igual o peor forma. Por ejemplo, en alguna vida lejana, una persona que tenía mucho poder -incluso el de la vida y la muerte sobre los semejantes- abusó de él en diferentes formas, comportándose de forma déspota, cruel, indolente y sin compasión, satisfaciendo sus deseos personales, sin importar para nada el resto. El darse cuenta de los efectos en los otros de ese comportamiento, entender el sufrimiento y dolor que causó, puede catapultar que en esta vida sea incapaz absolutamente de ejercer algún poder, por mínimo que sea, y entonces ese antiguo abusador, inconscientemente, pasará por la vida como un hombre, o mujer, que rehuirá todas decisiones que puedan afectar a otros, con las consiguientes secuelas de inacción, falta de ánimo, desidia y poca voluntad de superar las dificultades de la vida.

A los creyentes siempre les digo que al tildar la vida de injusta están haciendo una crítica a Dios. Y ello es parte de nuestra naturaleza. Entonces, cuando se enjuicia la justicia o no de la vida se enjuicia a Dios. Los creyentes no participan de la idea de la encarnación reiterada y plantean la existencia de una sola vida, por lo cual las explicaciones de la responsabilidad por las vidas anteriores –y sus consecuencias- no les resultan para nada aceptables. Y los no creyentes no pueden acercarse siquiera a estas discusiones que trascienden el tiempo y el espacio. Su argumento, claramente lógico pero también sin esperanza, es que si Dios existiera no permitiría tanta miseria, maldad y dolor. La comprensión del porqué están presentes estas características de los hombres, y el hombre en sí mismo, es entonces la base de la existencia de un Ser Superior, del cual vienen todas las cosas.

Pero, el verdadero reto del hombre es sanar lo que lo lleva hoy día a salir de su equilibrio, y que se demuestra en la cantidad de conflictos personales que se viven en todo ámbito: falta de salud, insatisfacción o falta de trabajo, conflictos en el seno de la familia, separaciones y divorcios, desempleo, dinero y su falta, crisis financieras, temores presentes y futuros, depresiones, profundas dificultades personales, agresiones, adicciones, y soledad, entre otras varias. Muchos se preguntan entonces cómo hago para sanar y poder entonces vivir en equilibrio. La respuesta es simple: salir de las creencias antiguas y anquilosadas que nos mantienen prisioneros en las cárceles de la tradición e inmovilidad personales, que nos han hecho perder el poder sobre nosotros mismos, aceptando que otros nos digan lo que es bueno para nosotros, aunque ello vaya en contra de nuestra amorosa naturaleza.

La comprensión que esta vida no es la primera, y no será la última tampoco, es parte del proceso de sanación. Muchas de las cosas que nos pasan ahora son consecuencia de lo que hicimos antes, aun cuando no estemos conscientes de ello.

Muchas de las actuaciones anteriores, de las cuales estamos ahora cosechando sus frutos, pueden llevarnos a enfermedades desafiantes, porque ha sido la única forma de exteriorizar el profundo conflicto que llevamos y que no supimos trabajar en la vida.

A lo mejor tenemos dificultad con el dinero, con las posesiones materiales, con la provisión. Podemos remontarnos a vidas en las que hicimos votos de pobreza que se reviven inconscientemente. O fuimos poderosos señores o reinas que abusamos de los súbditos y los mantuvimos en la pobreza. O fuimos sanguinarios conquistadores que destruimos todo y todos a nuestro paso. Ahora podemos estar en la otra cara de la medalla.

A lo mejor sufrimos en esta vida de separaciones, soledad, falta de cariño y amor. Podemos ir a ver en otras vidas cuando fuimos indolentes, abandonando a los seres queridos, no asumiendo responsabilidades de cuidar, guiar y proteger a los propios. Cuando se abandonó por diferentes razones. Ahora toca vivir el abandono,

Podemos sanar, ese no es el problema. El verdadero problema es tener la voluntad de hacerlo. Pero, para ello debemos ir más allá de lo que nos dicen. Debemos salir de la consabida y manoseada culpa de la alimentación, de la acumulación de grasa, de la falta de ejercicio y del estrés. La salud está más allá de todo esto. Es un asunto personal, de dedicación, de descubrimiento de sí mismo. Un camino duro, tortuoso y difícil. Pero lleno de satisfacciones, de trabajo duro y perseverante.

La vida no tiene nada de injusto, y cosecho lo que siembro. Y ahora mismo estoy cosechando lo que sembré. Y puede que no me guste la cosecha, que sea magra y dura. Pero es la cosecha. Y aquellos que están provocando la cosecha puede que no sean más que los ayudantes que tenemos para vivir la experiencia que nos toca, para aprender lo que debemos aprender.

En la parte final del curso de Terapia de Vidas Pasadas, nuestro profesor, José Luis Cabouli, nos alienta a que trabajemos la sombra, es decir, aquella parte nuestra del pasado en que no fuimos lo luminosos que creemos haber sido siempre, en que no fuimos nada de lo bueno que creemos ser. Ahí aparecen  vidas de torturadores, sanguinarios inquisidores, indolentes jerarcas, macabros asesinos, bestiales científicos experimentadores, y otros atroces seres humanos que alguna vez fuimos, y cuyo pasado nos atormenta en algún nivel de la vida actual. Al trabajar la sombra sanamos el presente, y nos perdonamos a nosotros mismos y podemos entonces hacer los cambios profundos desde el interior, que más temprano que tarde se manifiestan en nuestra vida, convirtiéndola en una mejor, sanando en el fondo.

Mis deseos de sanación para ti.

Que Dios nos bendiga a todos.

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