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Archive for marzo 2010

La palabra psiquis proviene del griego y significa Alma humana.

La pregunta que tengo es:  ¿hay Alma en la psicología?

Y agrego otra: ¿en las múltiples escuelas de psicología enseñan de la existencia del Alma?

Nota del autor: Cuando hago la pregunta me refiero a si en el quehacer de la psicología se considera el Alma.

El Alma es esa esencia en nosotros que es una extensión de Dios pura. La mente -la que dicen los científicos de la medicina actual que está en el cerebro, a pesar que no la han visto nunca, ni la pueden medir, ni pesar-, las emociones y el mismo cuerpo físico no son más que elementos que el Alma ha tomado -previos acuerdos y acuerdos- para tener su experiencia en los niveles de la existencia terrenal. Esa Alma es la chispa divina, y no es más que otra parte de la misma esencia, donde todos somos uno, el mismo Espíritu Divino. La infelicidad entonces se produce cuando nos sentimos separados de Dios, y se producen las enfermedades, por ejemplo, dentro de todos los sufrimientos a los cuales accedemos en esa condición de negatividad.

El Alma no muere, nosotros no morimos nunca. Y esa es la promesa. Por ello, buscar en la vida ser mejores, satisfaciendo el camino del Alma, haciendo lo que vino a hacer, aprendiendo lo que vino a aprender, nos acerca más a la fuente, a Dios. Se puede empezar ahora para ahorrar camino.

La condición del Alma es aprender, ya que viene a la Tierra a adquirir experiencia y a seguir su camino hacia su destino final que es conocer a Dios en todas las cosas. Tenemos como condición principal el libre albedrío, y lo que haga cada cual con su vida es asunto privado.

Y esto no es un asunto religioso, porque el Alma no necesita de ningún dogma ni ritual, ni sentimientos ni acciones de veneración, de normas morales ni tampoco de sacrificios. El Alma solamente es y está ahí, siguiendo su camino, aprendiendo.

La medicina occidental llega al primer nivel, el del cuerpo. La psicología pretende llegar al segundo nivel, al de la mente. Pero ninguna de las dos se asoma al del Alma. Y de allí entonces por la simple observación del mundo que vamos creando, podemos inferir las consecuencias de ello.

Que Dios nos bendiga

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Los saqueos ocurridos después del terremoto en varias ciudades de Chile, y que comenzaron cuando aún se movía la tierra y caían escombros de las construcciones, nos han llenado de variadas emociones. A muchos nos ha dado mucha vergüenza. Y también nos ha hecho pensar. Ya han aparecido numerosas columnas de antropólogos, filósofos, psicólogos, columnistas habituales algunos y no tanto los otros, en que tratan el fenómeno y se lo explican desde su particular punto de vista. Quiero hoy agregar uno diferente, que es la conciencia de escasez o de pobreza.

El ser humano ha sido creado con el derecho de ser feliz, y gozar de la abundancia ilimitada de un mundo hermoso. El Universo es abundante, y rico. Y esta riqueza se manifiesta de muchas maneras, porque cada uno de nosotros tiene el poder de crear riqueza, y de disfrutar de esa abundancia universal. La abundancia es la retribución a la manifestación de nuestros talentos, al poder de crear lo que sirve como manifestación de  uno mismo y al prójimo, como servicio. Pero la creación tiene un equilibrio básico, y es simplemente que se manifieste con la concepción del ganar-ganar. Aquel que participa en la manifestación de la energía de la creación sacando ventajas en detrimento de otro rompe el equilibrio, y la expresión del resultado entonces es escasez. El ganar-perder consume más energía que la que se crea, y produce entonces un resultado negativo.

Hemos sido criados en una sociedad que nos ha dado unas creencias limitantes muy poderosas: el dinero es sucio; bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos; el dinero no trae la felicidad; los ricos son ladrones; más pronto entrará el camello por el ojo de la aguja que un rico en el reino de los cielos, los ricos son explotadores, etc., etc. Estas creencias están grabadas a fuego en la mente de las gentes. Hay otras que conspiran además a aumentar la conciencia de pobreza, como por ejemplo: dar hasta que duela; es mejor dar que recibir. Nos enseñan a dar y a dar y a dar, hasta que duela, pero ¿quién nos enseña a recibir? Cuando no se recibe se aumenta la sensación de no merecer, y esa creencia, como las otras, actúa como una barrera anti-prosperidad.

La prosperidad en cambio es un estado de conciencia, que no depende del dinero disponible. Pero la persona próspera disfruta de lo disponible para él en el mundo, y no necesariamente debe ser rica para hacerlo. Hay personas que tienen mucho dinero pero no son prósperos, y hay muchos pobres que son prósperos.

Entonces, las personas que actuaron saqueando el comercio y las casas destruidas por el sismo tienen conciencia de escasez, y no son prósperos, porque participan en la creación energética desde el ganar-perder, y ello lleva implícito el hecho puro y simple de que no tienen el poder de crear lo equivalente para adquirir lo que robaron.

La dureza de reconocer que no se es capaz de crear desde sí mismo lo equivalente a lo que se roba es de una violencia enorme, porque además paraliza el sistema creativo. En nuestra sociedad la energía de la creación se mide en forma de dinero. Es el dinero el que hace la equivalencia de la energía de lo que creamos, y nos permite entrar en contacto con la riqueza. El que saqueó para vender lo robado volverá a ser pobre una vez agote el producto.

La conciencia de prosperidad lleva consigo además una dosis inconmensurable de fe en que la provisión es infinita y está siempre disponible. Basta solamente acceder a la fuente de la provisión y tomar lo necesario, desde el amor.

La pobreza no es una virtud, y Dios no se satisface con ella. Y la pobreza no es una consecuencia de la riqueza. No son las dos caras de la misma moneda. No, son monedas independientes. La una se crea desde la limitación del ganar-perder y la otra desde la vastedad del ganar-ganar.

Lo que vimos como acontecimientos de saqueos mientras duró el caos en la zona afectada por el terremoto+maremoto nos ha dado que pensar, y nos ha puesto de manifiesto que hay muchas cosas que cambiar, pero ese cambio debe comenzar por botar las creencias limitantes como las que he expuesto antes, y ese es un trabajo personal, que lleva implícito reconocerlas y observar cuántos años se han repetido, y cómo afectan en la actualidad. Si hemos repetido desde siempre que los ricos son explotadores o malos o ladrones lo único que no querremos es ser ricos, para no ser lo que estamos convencidos que son. Y cuando llegue el dinero a nuestras manos se irá como el agua entre los dedos, y se cumplirá el deseo inconsciente de no ser rico. Y cuando veamos algún rico que comete alguna falta nuestra creencia limitante se fortalecerá. Y nos justificaremos. Pero seguiremos manifestando nuestra conciencia de escasez.

El dinero –la plata, como llamamos en nuestra América- es solamente el medio de la manifestación, y para que llegue abundantemente hay que hacerse amigo de él. Como Rico McPato, que se bañaba en su piscina llena de monedas. Saque de su cabeza la idea que la plata es sucia: un billete tiene menos microbios que cualquier manilla del metro, y menos que los zapatos que todos los días toma para ponérselos en la mañana y para sacárselos en la tarde. Y cuando reciba dinero guarde una parte de él para usted. Fije un porcentaje, el que quiera, y separe ese porcentaje y póngalo en una caja. Ese dinero es para usted, para lo que quiera. Pero no lo junte para comprar algo para otro, aunque sea muy querido, sino algo para usted mismo. Y cuando la caja se haga pequeña cambie a otra más grande. Cuente la plata de vez en cuando y cuando la guarde doble los billetes con la cara para afuera, para que llamen otro billete. Funciona. Y no se lave las manos cuando tome plata, así le quitará el poder de la suciedad y podrá sostener los billetes en la mano sin que vuelen a la primera brisa.

En la amurallada Jerusalén, en tiempos de Jesús, existían siete puertas, que se cerraban al atardecer, por seguridad ante posibles invasores o gentes de mal vivir. Esas puertas eran llamadas agujas. Y para que pudiera circular la gente que llegaba a esas puertas existían unas puertas pequeñas, dentro de una de las hojas de cada portalón. Esta pequeña puerta se llamaba Ojo (el Ojo de la Aguja). Por ese Ojo no podía pasar un camello más que en una cierta forma: sin carga alguna, y de rodillas. Esta analogía es la que usó Jesús, queriéndonos decir que el reino de los cielos es de quienes están desapegados de los bienes materiales, es decir no son esclavos de ellos por ser precisamente abundantes o prósperos, y además ser humildes y confiados, por ir arrodillados y mirando hacia arriba.

Que Dios nos bendiga a todos.

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En la madrugada del 27 de febrero la tierra se sacudió bajo nuestros pies, y nos estremecimos. Gran parte de Chile fue removido hasta sus cimientos. Las consecuencias del fenómeno telúrico hoy día son conocidas por todos, en todo el mundo, con mayor o menor detalle. A partir de aquel momento no hemos tenido tranquilidad y vivimos a salto de mata, esperando nuevos temblores u otros acontecimientos que nos recuerdan nuestra fragilidad humana. Nos hemos sentido agobiados, temerosos, impotentes e indefensos ante las fuerzas desatadas de la naturaleza, y hemos llegado a niveles de temor difíciles de manejar tanto en forma personal como colectiva. Hemos visto aparecer ante nuestros ojos comportamientos de personas que nos han hecho, además de avergonzarnos algunas y enorgullecernos muchas otras, sumirnos en profundas reflexiones, buscando en nuestro interior causas y razones y esbozando futuros cursos de acción.

Pero, sin duda alguna, la destrucción de lo anterior da lugar al nacimiento de lo nuevo: es el nuevo orden que nace del caos, el nuevo equilibrio que nace de la violencia que se desató. En el orden externo, el caos deberá traer cambios importantes, para responder a las fallas del sistema que hemos observado, en que las personas como seres individuales son sobrepasadas por grupos organizados –o caóticos pero numerosos-, ya sea bajo la figura del gobierno, corporaciones privadas o grupos delictuales, que nos han violentado individualmente. Los ciudadanos cuidadosos confiamos en el sistema que hemos creado y ciegamente nos entregamos a esa organización pensando que recibiremos de vuelta las mismas buenas intenciones y acciones que hemos puesto en su gestación y desarrollo. Sin embargo, vemos con dolor que siempre hay quienes piensan más en sacar ventajas personales o grupales, aunque sean a lo Pirro, que en el bienestar común.

En el orden interno estamos todos “terremoteados”. Lo más común hoy en las conversaciones es darse cuenta de cuánto ha afectado el terremoto a las personas. Cual más cual menos está profundamente afectado por los acontecimientos. Y sin duda alguna el caos deberá hacer nacer una nueva forma de pararse frente al mundo, una nueva forma de vivir, en el fondo.

La fuerza de la naturaleza nos ha hecho girar la cabeza y dar la cara al camino que hemos recorrido, y a la forma que hemos transitado en él. Nos ha hecho hacer balances de cómo hemos sido y preguntarnos si hemos hecho lo que necesitábamos hacer para ser felices, para servir al prójimo o para manifestar nuestro amor puro y simple. Y sin duda que ha sido un ejercicio tan duro y de tanto movimiento como las ondas de la tierra en aquella madrugada de sábado de febrero. Hemos sido arrancados de golpe, violentamente, del estado de comodidad en el que nos encontrábamos, en el cual justificábamos lo que pasaba y lo encontrábamos normal. Hoy hay llanto y crujir de dientes y esfuerzos para “reconstruir” lo que teníamos. ¿Es que de verdad queremos reconstruir lo que estábamos construyendo?

El terremoto interno nos lleva más allá ahora. No solamente en pensar en le infraestructura que requiere ser reparada o reconstruida, sino que nos enfrenta a algo mucho más poderoso, que es nuestra conciencia, aquella que ve en este caos y destrucción una oportunidad enorme para crecer, pero no “reconstruyendo” lo que teníamos, sino en “construir” algo nuevo, con el ser humano como centro de la atención y de la acción. Para ello debemos ir hacia adentro, reflexionar, para determinar qué queremos crear en forma nueva, para ser mejores, para ser más humanos, para ser más amorosos, para dar y recibir amor.

Estamos todos en medio de una oportunidad enorme de cambios, y esa nos la ha dado el caos que se ha producido. Un caos que permitiría un crecimiento, una mejoría, un mejor vivir de los que formamos parte de esta sociedad. Somos muchos los que estamos reflexionando acerca del mundo que compartíamos, con su individualismo, consumismo, apariencia, agresividad, tensión y violencia, y nos preguntamos ahora, ¿es lo que queremos reconstruir? La naturaleza, Dios, o cómo quieras llamarle, nos ha dado una nueva oportunidad, con dolor y sufrimiento, para que decidamos lo que vamos a reconstruir para dar como herencia a los que vienen detrás. Hemos de decidir lo que es lo verdaderamente importante e imperecedero, y que nos permitirá trascender y disminuir las razones para volver, cuando nos corresponda, a vivir de nuevo las mismas situaciones. Es conveniente aprender ahora, aunque haya sido y siga siendo con dolor y llanto. Es que el que no quiere aprender por las buenas tiene que aprender por las malas, pero de aprender no se salva nadie. Aprovechemos la oportunidad.

Que Dios nos bendiga a todos.

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