Los saqueos ocurridos después del terremoto en varias ciudades de Chile, y que comenzaron cuando aún se movía la tierra y caían escombros de las construcciones, nos han llenado de variadas emociones. A muchos nos ha dado mucha vergüenza. Y también nos ha hecho pensar. Ya han aparecido numerosas columnas de antropólogos, filósofos, psicólogos, columnistas habituales algunos y no tanto los otros, en que tratan el fenómeno y se lo explican desde su particular punto de vista. Quiero hoy agregar uno diferente, que es la conciencia de escasez o de pobreza.
El ser humano ha sido creado con el derecho de ser feliz, y gozar de la abundancia ilimitada de un mundo hermoso. El Universo es abundante, y rico. Y esta riqueza se manifiesta de muchas maneras, porque cada uno de nosotros tiene el poder de crear riqueza, y de disfrutar de esa abundancia universal. La abundancia es la retribución a la manifestación de nuestros talentos, al poder de crear lo que sirve como manifestación de uno mismo y al prójimo, como servicio. Pero la creación tiene un equilibrio básico, y es simplemente que se manifieste con la concepción del ganar-ganar. Aquel que participa en la manifestación de la energía de la creación sacando ventajas en detrimento de otro rompe el equilibrio, y la expresión del resultado entonces es escasez. El ganar-perder consume más energía que la que se crea, y produce entonces un resultado negativo.
Hemos sido criados en una sociedad que nos ha dado unas creencias limitantes muy poderosas: el dinero es sucio; bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos; el dinero no trae la felicidad; los ricos son ladrones; más pronto entrará el camello por el ojo de la aguja que un rico en el reino de los cielos, los ricos son explotadores, etc., etc. Estas creencias están grabadas a fuego en la mente de las gentes. Hay otras que conspiran además a aumentar la conciencia de pobreza, como por ejemplo: dar hasta que duela; es mejor dar que recibir. Nos enseñan a dar y a dar y a dar, hasta que duela, pero ¿quién nos enseña a recibir? Cuando no se recibe se aumenta la sensación de no merecer, y esa creencia, como las otras, actúa como una barrera anti-prosperidad.
La prosperidad en cambio es un estado de conciencia, que no depende del dinero disponible. Pero la persona próspera disfruta de lo disponible para él en el mundo, y no necesariamente debe ser rica para hacerlo. Hay personas que tienen mucho dinero pero no son prósperos, y hay muchos pobres que son prósperos.
Entonces, las personas que actuaron saqueando el comercio y las casas destruidas por el sismo tienen conciencia de escasez, y no son prósperos, porque participan en la creación energética desde el ganar-perder, y ello lleva implícito el hecho puro y simple de que no tienen el poder de crear lo equivalente para adquirir lo que robaron.
La dureza de reconocer que no se es capaz de crear desde sí mismo lo equivalente a lo que se roba es de una violencia enorme, porque además paraliza el sistema creativo. En nuestra sociedad la energía de la creación se mide en forma de dinero. Es el dinero el que hace la equivalencia de la energía de lo que creamos, y nos permite entrar en contacto con la riqueza. El que saqueó para vender lo robado volverá a ser pobre una vez agote el producto.
La conciencia de prosperidad lleva consigo además una dosis inconmensurable de fe en que la provisión es infinita y está siempre disponible. Basta solamente acceder a la fuente de la provisión y tomar lo necesario, desde el amor.
La pobreza no es una virtud, y Dios no se satisface con ella. Y la pobreza no es una consecuencia de la riqueza. No son las dos caras de la misma moneda. No, son monedas independientes. La una se crea desde la limitación del ganar-perder y la otra desde la vastedad del ganar-ganar.
Lo que vimos como acontecimientos de saqueos mientras duró el caos en la zona afectada por el terremoto+maremoto nos ha dado que pensar, y nos ha puesto de manifiesto que hay muchas cosas que cambiar, pero ese cambio debe comenzar por botar las creencias limitantes como las que he expuesto antes, y ese es un trabajo personal, que lleva implícito reconocerlas y observar cuántos años se han repetido, y cómo afectan en la actualidad. Si hemos repetido desde siempre que los ricos son explotadores o malos o ladrones lo único que no querremos es ser ricos, para no ser lo que estamos convencidos que son. Y cuando llegue el dinero a nuestras manos se irá como el agua entre los dedos, y se cumplirá el deseo inconsciente de no ser rico. Y cuando veamos algún rico que comete alguna falta nuestra creencia limitante se fortalecerá. Y nos justificaremos. Pero seguiremos manifestando nuestra conciencia de escasez.
El dinero –la plata, como llamamos en nuestra América- es solamente el medio de la manifestación, y para que llegue abundantemente hay que hacerse amigo de él. Como Rico McPato, que se bañaba en su piscina llena de monedas. Saque de su cabeza la idea que la plata es sucia: un billete tiene menos microbios que cualquier manilla del metro, y menos que los zapatos que todos los días toma para ponérselos en la mañana y para sacárselos en la tarde. Y cuando reciba dinero guarde una parte de él para usted. Fije un porcentaje, el que quiera, y separe ese porcentaje y póngalo en una caja. Ese dinero es para usted, para lo que quiera. Pero no lo junte para comprar algo para otro, aunque sea muy querido, sino algo para usted mismo. Y cuando la caja se haga pequeña cambie a otra más grande. Cuente la plata de vez en cuando y cuando la guarde doble los billetes con la cara para afuera, para que llamen otro billete. Funciona. Y no se lave las manos cuando tome plata, así le quitará el poder de la suciedad y podrá sostener los billetes en la mano sin que vuelen a la primera brisa.
En la amurallada Jerusalén, en tiempos de Jesús, existían siete puertas, que se cerraban al atardecer, por seguridad ante posibles invasores o gentes de mal vivir. Esas puertas eran llamadas agujas. Y para que pudiera circular la gente que llegaba a esas puertas existían unas puertas pequeñas, dentro de una de las hojas de cada portalón. Esta pequeña puerta se llamaba Ojo (el Ojo de la Aguja). Por ese Ojo no podía pasar un camello más que en una cierta forma: sin carga alguna, y de rodillas. Esta analogía es la que usó Jesús, queriéndonos decir que el reino de los cielos es de quienes están desapegados de los bienes materiales, es decir no son esclavos de ellos por ser precisamente abundantes o prósperos, y además ser humildes y confiados, por ir arrodillados y mirando hacia arriba.
Que Dios nos bendiga a todos.
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